viernes, 18 de enero de 2008

¿Y ahora que dedo me enseñaras?

Juan era uno de esos hombres desvergonzados que llegaba siempre borracho a la casa y solía golpear a su esposa, Amada, que era un mujer indefensa y con poca seguridad en sí misma la cual la obligaba a abandonarse físicamente. Una noche muy especial Juan bebió tanta vodka que casi se atragantó y perdió el control hasta empezar a golpear su esposa. Al cabo de varios puñetazos y patadas dejó a Amada retorciéndose en el suelo, casi muerta, gritándole cosas y oprimiéndose sus tres costillas rotas, y salió por la puerta ante su vista sin hacer más nada que darle el frente por unos segundos para enseñarle los dos dedos del medio como último insulto.

El bar al que Juan había entrado estaba infestado de borrachos de mala muerte y no había nada que ver salvo a una bella mujer vestida de rojo que se encontraba en la barra a varias sillas de él. La mujer hizo contacto con sus ojos marrones y lo llamó indicándole para que se sentara en una silla. Aquella hermosura tenía el cabello negro y grandes ojos marrones, su boca estaba pintada de un rojo vino y el vestido rojo era de tiros y con un largo que dejaba ver sus perfectas rodillas. Se parecía demasiado a Amada, aunque Juan no lo notó porque su esposa no era una de esas mujeres a las que le gustaban los bares y los arreglos.

Pasaron horas y horas y Juan se embriagó de tal manera que ni siquiera sabía de lo que había estado hablando con la mujer ni menos reconoció lo que sucedió después.

Al día siguiente Juan amaneció solo en una cama desconocida, ya no sabía ni dónde estaba e ignoraba quién era aquella misteriosa mujer y dónde había ido a parar. En un espejo que le quedaba justo al frente logró captar varias letras rojozas así que se acercó para ver un poco mejor. Alguien allí había dejado para él un mensaje escrito con sangre que decía:

La primera impresión fue de extrañez. Juan no tenía ni la menor idea de lo que decía hasta que miró hacia abajo y observó la sábana llena de sangre y se percató de que no tenía tres costillas y que le faltaban los dos dedos cordiales.

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